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Trazos en la Oscuridad por Alberto de Zunzunegui (Naviera Diamond)

Recuerdo una travesía de Menorca a Barcelona, hacia mediados de mayo del 2000. Salía de Ciudadela con una tripulación reducida y poco experta, y aunque el parte era bastante bueno, marejada, fuerza 4 a 5, un cielo todo cubierto y de color gris mantenía constantemente mi mente ocupada en calcular el posible endurecimiento de las condiciones. Además la mayor parte de la travesía la realizaríamos por la noche, lo que añadía un aliciente más = disfruto navegando en la oscuridad =, pero a la vez otro condicionante, ya que era consciente de que bajo esas circunstancias sería yo quien tendría que estar el mayor tiempo al timón de aquellos 12 metros de fibra.

Como era de esperar, a las pocas millas de salir comenzó a llover; en el horizonte se podían ver algunos relámpagos y aunque la tormenta parecía estar bastante lejos, aquello añadía un toque más de emoción y alguna que otra pincelada de intranquilidad.

Afortunadamente, la lluvia no duró demasiado, pero en cuanto la poca luz que quedaba nos dio las buenas noches, la oscuridad se hizo absoluta. El cielo seguía completamente cubierto y las nubes no dejaban asomar a las estrellas, fieles compañeras de las guardias nocturnas. Con algo más de 20 nudos de viento por la aleta, el barco corría veloz a favor de las olas y la corredera se mantenía casi todo el tiempo por encima de los 8 nudos.

 

 

Como estaba disfrutando, dejé que los demás se acostaran, no sin antes arriar la mayor, ya que el viento seguía refrescando y no quería tener que despertar a nadie para tener que ir al palo a rizar a media noche. Al poco rato, solo con el génova hacíamos algo más de 9 nudos y en alguna surfeada llegó a alcanzar los 11… Noche oscura, olor a tierra mojada, el faro de punta Nati que se perdía por la popa, el tenue resplandor de Mallorca por babor, oscuridad total por la proa y una cabalgada trepidante…. ¡Impresionante!.

 

 

Al cabo de tres horas, con la noche ya avanzada, la emoción comenzó a dejar paso al sueño; sin darme cuenta, mis pensamientos cada vez se alejaban más de la cubierta del barco, para volar más allá de la luz tricolor del extremo del palo y traspasar las nubes hasta alcanzar las estrellas. Mantenía un estado de semi vigilancia, ayudado por una postura incómoda, al que ya me había acostumbrado otras muchas veces. El viento algo más suave ahora, contribuía a mecerme sobre las olas… ojos cerrados un par de minutos, tal vez cinco y apertura para otear el horizonte en busca de la luz de algún barco; oscuridad total y olor a mar. Todo era negro; ni siquiera el tenue reflejo de nuestras luces en la proa o iluminando nuestra estela…. Velaban en lo alto del palo; abajo solo había oscuridad.

 

 

Siempre me ha gustado compartir la magia del mar, pero aquel día fui avaro, casi miserable; no quería romper el momento ni compartir el espectáculo maravilloso que se abría ante mis ojos. En una de mis “bajadas a cubierta”, me pareció ver una misteriosa luz a la amura de estribor; medio dormido, boté sobre los pies pensando que había cerrado los ojos más de la cuenta y tenía un barco encima…. nada; todo estaba tranquilo…., negro…., normal. De repente, junto a mi, una estela de color verde hendió la absoluta oscuridad de las aguas, dibujando una línea a lo largo del barco y desapareciendo junto a la proa. De allí surgió otra estela más… y otra… y otra… Era un espectáculo increíble; surrealista… mágico; sobre cogedor. Oscuridad y trazos de color verde sobre el mar. Unos parecían venir desde el fondo; otros cortaban la superficie, entrecruzándose y formando dibujos abstractos y caprichosos… dos juntos, luego uno solo; ahora tres y dos más partiendo desde el barco hacia la oscuridad total. Luz y movimiento, acompañados del sonido del agua junto al casco….

 

 

 

Con los pelos de punta, sentí que la vida se detenía junto al barco y en estado de éxtasis comprendí que aquella noche el mar, la naturaleza y la vida me estaban haciendo un regalo único y especial; algo que era solo para mí. Con cada dibujo sobre el agua y con el sentido de la dimensión entumecido por la oscuridad, realidad y ficción se entremezclaban; ya no sabía si las estelas se dibujaban sobre el agua o sobre lo más profundo de mi mente. Tenía ganas de gritar de felicidad y con cada nuevo trazo mi cuerpo era sacudido por escalofríos.

Jamás olvidaré aquel día… jamás olvidaré el maravilloso regalo que una manada de delfines dejó en lo más profundo de mis recuerdos; unos trazos indelebles, de pinceles mojados en los millones de microorganismos luminiscentes que componen el plancton. Un regalo muy especial que formará parte de mis mejores recuerdos hasta el último de mis días.


 

 

 

 

 


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