Terrible sensación la de sentir como tu barco
tiembla en toda su estructura al estrellarse
estrepitosamente en una ola a más de 30 nudos sin saber si
se recuperará o si el impacto ha dejado peligrosas secuelas
para la integridad de su estructura. El barco acelera
brutalmente hasta que se estrella con brutal energía pocos
minutos después en otra ola. JeanLaCam “…Entonces te
preguntas si el barco no se va a deshacer en el siguiente
choque…” “Las olas son enormes y la vida a bordo es
sencillamente infernal…” Los Imoca 60 son simples
juguetes frente a la brutalidad de un océano furioso. El
skipper acaba tan estresado como la estructura del propio
barco. Cada impacto duele en lo más profundo de sí mismo al
escuchar y sentir el dolor de las fibras de carbono luchando
por no deshacerse. No paras de preguntarte hasta cuando va
durar el horror mientras no dejas de mirar el anemómetro y
la corredera que acelera para volverse a frenar con el
siguiente golpetazo.
Por fin, cuando las cosas se calman es cuando
te quitas el traje de neopreno para la supervivencia y
empiezas a estudiar los nuevos mapas de meteo y la posición
de tus competidores en la regata. Sebastian Josse también
tuvo que vivir una batida total de su barco con las crucetas
bien metidas en el agua al sucumbir a una racha imprevista
de más de 65 nudos.
Para Michel Desjoyeaux las cosas se viven
igual de mal. “…El Pacífico no mola
nada en estas condiciones…” comentaba
en una de sus entrevistas. Con golpes de viento de 60 nudos
y un mar cruzado y confuso en el que tienes que esquivar
agujeros de 8 metros y todo ello aderezado por una
temperatura que roza los 6º centígrados. Los vientos y las
olas no entienden de buenas razones y son todo menos
razonables. Se navega al límite de las posibilidades.
Acelerar más sacando más trapo es pura temeridad, pero
reducir velas significa sufrir el mal tiempo por la popa que
puede ser aún peor. Hay que buscar el mejor equilibrio para
mantener el tipo y el ritmo sin hacer sufrir demasiado a tu
máquina. Un pequeño error puede convertirse rápidamente en
una catástrofe. Una avería puede conducir a otra más grave,
y en el Pacífico Sur tienes que permanecer bien atento
además a los hielos y growlers a la deriva.
Navegación nocturna, Navegación kamikaze
En
noche cerrada sin luna pero con mala mar las cosas son aún
peores. No es posible anticiparse a los pantocazos. La
violencia de los impactos es terrible y debes intuir los
cambios de viento, las rachas y las olas. Hay que vigilar
continuamente para no atravesar violentamente el barco a la
mar. Elegir las velas para la noches es una labor delicada y
complicada. O reduces trapo para prepararte para los 50
nudos a riesgo de quedarte corto o te pasas y entonces lo
llevas claro! Cuando el viento pasa de 40 a 25 nudos el
barco baja desde 22 a 12 nudos de corredera, con los
competidores al acecho.
Y cada
vez has de estar más atento al acercarte al poco frecuentado
Mar de Ross que baña la Antártida y en donde continuamente
se desprende icebergs de su barrera glaciar. La mitad del
Mar de Ross está ocupado por una capa espesa de hielos que
con frecuencia se rompen para formar todo tipo de peligrosos
icebergs a la deriva. Y esto 24 horas de 24 horas sin
descanso, ¡non-stop!.
El Cabo de Hornos y el estrecho de Drake son otros de los
lugares que crean “afición”. Los fondos se levantan
rápidamente, y con fuertes vientos las cosas se ponen muy
feas. Durante la Vendée-2009 la flota se separa en dos
grupos, el primero de los cuales ataca por la ruta norte (Armel
y Riou) mientras que los demás pasan más cerca del
continente Antártico (Desjoyeaux, Jourdain, Josse, LeCam)
Infierno
en el Pacífico Sur
A
1.500 millas de Nueva Zelanda se desata un auténtico
infierno que caza de lleno a la flota de la Vendée. Pasado
los 40 rugientes las cosas se ponen más que preocupantes. Sébastian
Josse soporta 65 nudos de viento en mitad de la noche cuando
tumba el barco a 110º quedando en esta comprometida postura
durante varios interminables minutos. Mientras tanto Jean La
Cam se ve sorprendido por una ola en mitad de un mar caótico
y confuso que hace volcar violentamente su Imoca 60. El mar
es un autentico “rompe-barcos”.
Y por
si fuera poco nieva y graniza con rachas de 65 nudos,
haciendo de las pelotas heladas auténticos proyectiles
disparados a cerca de 100 kilómetros por hora. El mar es
espeluznante haciendo honor a su temible reputación. Jean Le
Camp declara por radio desde su VM-Materiaux “…
Es un auténtico infierno!...”
Vincent Riou contesta en su PRB “… hay razón para
traumatizarse, lo que contemplamos es verdaderamente
impresionante. No he podido ni siquiera abrir lo regalos de
navidad por miedo que estos salgan volando por la cabina...” Las
depresiones se van encadenando unas con otras hasta
engendrar un monstruo en la mar. Agujeros de 8 metros y
cretas rompientes de 2 metros de altura.
Marc
Guillemot (Safran) consigue llegar a la isla de Auckland
situada 250 millas al sur de Nueva Zelanda en donde repara
el carril de su mástil estropeado en una de estas tormentas.
Para ello fondea cerca de la costa protegida de los vientos
y trepa hasta el tope de palo. Raphaël Dinelli hace lo mismo
en las islas de Steward para reparar la driza de la mayor en
su Fondation Océan-Vital.
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